martes, 6 de abril de 2010

Sociedad - Sistema judicial

Aviso: el texto escrito a continuación puede herir la sensibilidad de algunas personas, por hablarse de temas que pueden haber influido muy de cerca en algunos lectores.


Antiguamente, se entendía por justicia el cortarle la mano a un ladrón, el ahorcar a un asesino, o, incluso, el quemar a una supuesta bruja –claro que esto, obviamente, está mal por dos motivos: porque no existen las brujas; y porque se debe respetar a los no creyentes tanto como a los creyentes.

Sin embargo, en cuanto a los casos anteriores, ¿quién sabe si no estaríamos mejor como antes? Porque si a un ladrón se le corta una mano, para empezar, difícilmente podrá volver a robar. O lo hará la mitad de bien. Y si se le vuelve a pillar…ya no podrá volver a robar. Dos oportunidades son bastantes, ¿verdad? O si parecen pocas, un aviso tras el primer robo, y ya con el segundo…Pero es que además, si ese ladrón es conocido por algún otro ladrón, al ver que este pierde una mano por robar, persuadirá a los demás de hacerlo. Prevenir y curar al mismo tiempo.

En cuanto a los asesinos, el derecho a la vida es -y si no lo es en realidad, desde luego lo es bajo mi punto de vista- el derecho primordial, el derecho principal, de todo ser humano. Es nuestro máximo derecho, ya que es la vida la que nos define como ser vivo, y es por ser seres vivos por lo que somos seres humanos. Que un ser humano suprima este derecho de otro ser humano, es algo que no puede tener perdón. Por supuesto, al igual que no es lo mismo que un mendigo robe una barra de pan y una botella de agua en un supermercado, a que alguien le robe la cartera a un turista sin razón de peso, tampoco todos los asesinatos son iguales. La justicia en ese sentido, sí que es subjetiva, pero, en mi opinión, no lo suficiente. Porque aunque normalmente se dice que todo ser humano posee los mismos derechos, no es así, ya que, quien con sus actos impide que otra persona goce de sus derechos, no merece tener los mismos derechos que el resto, o al menos, desde luego, no los mismos que los de la persona a quien se los coarta. Es mi opinión, pero probablemente lo sea la de la gran mayoría: quien mata a alguien que ha violado, torturado, o asesinado a otra persona, no merecería el mismo castigo que el violador, torturador, o asesino en cuestión. Siempre, claro está, que esa persona lo haya matado por ese hecho, y no porque sí.


Es decir, que en mi opinión, pero estoy seguro que la comparte mucha más gente, quien mata a, por poner un ejemplo concreto, un violador, no merece sufrir tanta condena como un asesino corriente, o incluso, como el propio violador.
Maltratar, violar, asesinar, torturar. Cuatro palabras, todas muy fuertes. En mi opinión, las cuatro cosas más horrendas que un ser humano puede hacerle a otro, por orden de menos a más grave -sí, creo que la tortura es peor, bastante peor, que el “simple” asesinato-. ¿Las condenas que merecen? Respectivamente, maltrato, cárcel, muerte y tortura. Eso, claro está, suponiendo que el maltratador y el torturador no hayan matado maltratando y torturando. De haberlo hecho, merecen claramente morir maltratados y torturados.

¿Es la muerte una condena muy dura para alguien que ha matado? Bueno, teniendo en cuenta que quien mata a alguien demuestra que no respeta en absoluto la vida humana, ¿por qué va a ser respetada su propia vida?

Sin embargo, en la actualidad, la justicia aplica en cualquier caso, tanto a maltratadores, violadores o asesinos –no es que me olvide de los torturadores, pero, por suerte, estos no son muy numerosos-, simples años de cárcel. Sí, pondrán muchos, pero ¿de qué sirven? Muy rara vez el acusado los cumple todos, y en numerosas ocasiones se le acorta tanto la condena que es de risa. Después están en libertad, vigilada, eso sí. Vigilancia tan buena que muchas veces, aún en libertad vigilada, cometen nuevos delitos. Es como cuando dicen a las mujeres que denuncien a sus parejas si las maltratan, para poder ser protegidas. Estoy de acuerdo en que deben denunciar, pero se esmeran más bien poco en proteger, desgraciadamente.

Hago un inciso: hoy no tengo internet, así que he visto las noticias con mis padres. Parece ser que, en esta Semana Santa, cinco mujeres han muerto víctimas de la violencia de género. De estas cinco, dos se llevaron a cabo en mi Comunidad Autónoma, Castilla y León. Y de los cinco “hombres” que mataron a su pareja, cuatro de ellos se quitaron la vida tras hacerlo. Yo soy ateo, pero aún así, viendo esto, he de decir que ojalá existan cielo e infierno, y el marido esté sufriendo torturas en el infierno, mirando hacia arriba, y viendo cómo su mujer es amada y agasajada en el cielo. Si no sufrió en vida, por ser tan cobarde de suicidarse tras asesinar a su mujer, que sufra para toda la eternidad. Esas muertes fueron en Semana Santa, pero además, son ya quince las mujeres que han muerto por la violencia de género en lo que va de año, nada menos que cuatro más que el año pasado en la misma fecha. Cifras nada alentadoras, el problema va de mal en peor. Además, de esas quince, solo dos habían denunciado a su pareja. Tal cual lo decían las noticias: “de estas quince, solo dos habían denunciado a su pareja”. Así parece que denunciarla tiene mucha utilidad, porque “solo” dos de cada quince, es decir, que cerca de un 15% de las mujeres muertas por la violencia de género han muerto tras haber denunciado. Si cambiamos un poco la frase…”de estas quince, incluso dos habían denunciado a su pareja”. ¿A que así no parece tan alentador? Y es que si se denuncia un maltrato, debería ser imposible que el maltratador hiciese más daño a la víctima, pero en fin.

Volviendo al tema, y en cuanto a penas judiciales se refiere, precisamente hoy, casualidades de la vida, también viendo las noticias, he oído que resulta que se cumplen 25 años desde que Pedro Pacheco, ex alcalde de Jerez, dijese, por lo que fue muy criticado y famoso a la vez, e incluso inhabilitado de su cargo por seis años, “la justicia es un cachondeo”. Y es que al parecer, esta es la cruda realidad. Porque las condenas no se cumplen, porque las denuncias se ignoran, y porque las penas más que penas son gracias. Tan “gracias” son que los asesinatos en nuestro país, un país que no destaca precisamente por un alto índice de asesinatos, si no tal vez incluso por todo lo contrario -muere mucha gente, pero muchísima en accidentes, y poca porque nos matemos entre nosotros-, empiezan a ser un problema bastante serio.

Y el futuro se presenta con negros nubarrones.

Porque no solo quienes son adultos ahora están cometiendo estos atentados contra la vida -lo que podría aliviarnos un poco dejándonos pensar “bueno, al menos nosotros, las próximas generaciones, sanaremos este error”-, no. Muy a mi pesar, y al de la mayoría por no decir la totalidad de la gente, de forma inexplicable, cada vez se dan más casos de “menores” que matan a otros menores. O aunque sea a otros mayores. Bueno, sobre esto lo primero que cabe decir es que es hora de ir cambiando el significado de la palabra “menor”. Que no se sea mayor de edad hasta los 18 años para conducir, beber y fumar (legalmente, claro, porque ilegalmente lo hacen, por desgracia, desde los 12 ya), no implica que no se sea mayor de edad en ningún aspecto hasta los 18 años. Porque si niños, porque aún son NIÑOS, de 13, 14, incluso 16 años, son capaces de cometer algo tan grave, tan terrible, tan malo que mucha gente mucho mayor que ellos no cree posible que un ser humano pueda hacer algo así, como un asesinato…es porque no son menores. Si la edad legal para fumar y beber (alcohol, por supuesto) es de 18 años, pero todos los días ves niños de incluso 12 años fumando o de botellón, ¿no será que están pidiendo a gritos ser tratados como adultos? Por supuesto, la prohibición del alcohol y el tabaco a menores de 18 años debe seguir así, no creo que queramos tener generaciones enteras con un alto índice de comas etílicos o cáncer de pulmón antes incluso de que entren en la adolescencia. Pero si se creen tan mayores, tan “inteligentes”, tan, hablando claro, gallitos, como para fumar incluso marihuana y beber alcohol hasta caerse al suelo, castiguemos sus actos con la dureza que es necesaria. No digo que un chico de 16 años vaya a la cárcel por posesión de drogas como lo haría un adulto. Me parece algo grave, sí, e incluso incomprensible, pero dentro de lo grave, no tiene tanta importancia. Pero es que, además de ridículo, es injusto, que cuando ese chico, con 16 años, decide por cuenta propia, creyéndose Dios me imagino, que la vida de otro chico de 16 años ha terminado, reciba poco más que unos azotes en el culo y unos meses “en su habitación sin salir” -sé que no es así, que van a un centro de menores y, al cumplir los 18, si se da el caso, a la cárcel, pero eso sigue siendo poco menos que nada-. Y es injusto porque la familia de ese chico de apenas 16 años, con toda su vida por delante -joder, si yo con 19 aún la tengo, un chico de 16…-, no podrá jamás olvidar lo sucedido, vivirán lo que les quede de vida sufriendo, lamentándose, recordando con lágrimas en los ojos cuán felices eran con su pequeño.


Mari Luz, Marta del Castillo, Cristina Martín. ¿Verdad que duelen esos tres nombres? Yo no veo mucho las noticias, y siempre me entero tarde de estas cosas. Pero me entero, es inevitable, para bien o para mal. Obviamente, deprime saber que algo así pasa…porque no tiene ni pies ni cabeza, no cabe en cabeza de cualquier persona con sentimientos que algo así pueda suceder. Es horrible, trágico, doloroso, injusto...¡un sin sentido! Ya es difícil imaginar qué motivos llevan a una persona adulta a matar a otra. Pero, ¿a un niño? Un niño de esa edad no puede haber hecho aún nada tan grave como para merecer la muerte…bueno, miento. Quienes han hecho eso, sí han hecho algo para merecerlo. Pero claro, no la recibirán. Las noticias hablaban hoy también, como es lógico, de Cristina Martín. Entre otras cosas -como que a la supuesta homicida le caerán seis meses en un centro de menores y, si se determina que ella fue quien lo hizo, seis años “de reclusión” (imagino que, teniendo ella 14 años, se refieran a cuatro años en un centro de menores y dos en la cárcel), más dos años más de libertad vigilada. Bueno, de la libertad vigilada ya he dado mi opinión…-, contaron que la investigación se está llevando bajo secreto de sumario para que no se conozca en ningún momento la identidad de la chica que, al parecer, lo hizo, por miedo a lo que la gente pueda hacer, ya que en el pueblo de Seseña ya hay gente que ha intentado saber quién era, dónde vivía. Es obvio para qué quieren saberlo. Pero, ¿qué esperan? Le dicen a la familia de la pobre Cristina que quien ha acabado con su excesivamente corta vida podrá seguir su vida con normalidad –normalidad relativa…aunque si se va a vivir a otra parte, vivirá con normalidad absoluta- a partir de los 20 años…¡mientras que su pobre hija/sobrina/hermana/nieta no podrá disfrutar ni tan siquiera de su decimoquinto cumpleaños! ¿Esperan de verdad que la familia no intente hacer nada? Si incluso a mí, alguien sin ninguna relación con Cristina, ni con Seseña, ni tan siquiera con Toledo, me apetecería hacer sufrir a quien hizo eso -si se demuestra que ha sido ella. Porque ojo, que aún se está investigando…es posible que otra persona estuviese allí y fuese la verdadera homicida-, ¿cómo no va a querer hacerlo la familia, o aun que sea siquiera el vecino de la familia?

El caso de Marta del Castillo me hizo enfurecer. Por dentro, la gente que me rodea no merece sufrir mi rabia por culpa de terceras personas. Aún a día de hoy, no estoy muy seguro de qué pasó, pero creo que fueron su novio, o ex novio, con un grupo de amigos…todos menores creo recordar, aunque uno creo que cumplió los 18 mientras aún estaban juzgándoles. No lo sé. En cualquier caso…fue una auténtica atrocidad. Y habiendo sido un grupo de chicos…no quiero ni imaginarme lo que la habrán hecho sufrir…es repugnante. Si por mi fuese, si tuviese los medios, la independencia suficiente, y la suficiente seguridad en mi mismo, fundaría un grupo que se dedicase a acabar con la vida de calaña como esa. Basura, desperdicios, inmundicia, eso es lo que esa “gente” es. No es necesaria en nuestra sociedad, y no nos aporta nada. De haberse aplicado la pena de muerte con estos chicos, de haber muerto en la silla eléctrica, la horca, la guillotina, la hoguera, la cámara de gas -el ser humano ha creado tantos maneras de matar que parece absurdo que se usen todas para matar inocentes y no para castigar a quienes lo merecen-, es posible que Cristina Martín estuviese aún aquí…y es posible que yo estuviese escribiendo sobre los beneficios del nuevo sistema de condenas.

Pero no ha sido así…Cristina, que en paz descanse, nos ha dejado, y yo estoy escribiendo, ofendido y atormentado, sobre cómo nuestro sistema judicial derrama injusticia e insensatez por sus cuatro costados.


Solo una última cosa para terminar. Sé que escribiré sobre política en algún momento: partidos políticos, formas de gobierno, y demás. Pero no es este el caso. Si bien el gobierno, creo, tiene el poder y la capacidad de cambiar el sistema judicial, no es ni este gobierno socialista, ni el popular que pasamos con anterioridad, quien ha instaurado este sistema, por lo que en ningún caso estoy culpando ni a unos ni a otros. Solo quiero que eso quede claro…



Pd: Pese a no haberlo podido publicar por no tener internet hoy, esto ha sido escrito a día 5 de abril del 2010, lunes, por lo que al hablar de “hoy”, en todo el texto, me remito a dicho día.

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